martes, 2 de diciembre de 2008

Riane Eisler



Riane Eisler nació en Viena, huyó de la persecución nazi a Cuba con sus padres y, posteriormente, emigró a los Estados Unidos. Se licenció en sociología y derecho en la Universidad de California, dónde después ejercería de profesora. Por otro lado, fue una de las fundadoras del Grupo de Búsqueda Evolución General y de la Alianza para una Economía Humanitaria (de las siglas en inglés, ACE), miembro de la Academia Mundial del Arte y la Ciencia y de la Academia Mundial Empresarial, y miembro de la Comisión Mundial de la Concienciación Global y Espiritualidad, junto con el Dalai Lama, monseñor Desmond Tutu, y otros líderes espirituales. Riane Eisler es la presidenta del Centro para los Estudios Cooperativos, una organización sin ánimo de lucro que tiene como objetivo aplicar sus indagaciones a todos los ámbitos de la vida a través de la investigación y la educación. Es una reconocida oradora que ha tomado parte en conferencias de todo el mundo y, además, es asesora de empresas y de gobiernos nacionales.




EL CÁLIZ Y LA ESPADA:




De este interesante relato he podido encontrar fabulosas críticas y descripciones que nos aportan autoras de gran prestigio como puede ser Isabel Allende por ejemplo o Isabel Martínez Millanes.


Este es el título del libro con el que la socióloga y antropóloga Riane Eisler nos sorprende, revelándonos una realidad que desmitifica una buena parte de la historia oficial, especialmente aquella que nos ha enseñado a pensar que los auténticos protagonistas de la historia son los hombres, mientras que la mujer era un ser inferior, supeditado al pensar y hacer masculinos. Nada más lejos de esto. Recientes descubrimientos nos desvelan la existencia, desde los orígenes, de una sociedad solidaria en que ninguna de las dos mitades de la humanidad está sobre la otra y donde la diversidad no es equivalente de inferioridad o superioridad.
Isabel Allende se ha pronunciado sobre este libro: "... nos ofrece la certeza de que un mundo mejor es posible si tan sólo pudiéramos recordar". En efecto, partiendo de nuestro pasado más remoto, aquél que nos sitúa en la Prehistoria, Riane Eisler llega a demostrar que el principio femenino o cáliz, representado por la Gran Diosa fue una realidad presente en todos los ámbitos de la existencia. La nueva visión de la evolución cultural nos enseña que el Paleolítico fue una época notablemente pacífica, en la que los cimientos de la organización social provinieron de una acción compartida entre madres e hijos. Desde el nuevo análisis de los descubrimientos es perfectamente válido pensar que el avance de la humanidad estuvo constituido desde el principio por el apoyo solidario y compartido de las facultades propias y exclusivas de la raza humana en su doble vertiente, masculina y femenina. Hay numerosos ejemplos que dan fe de ello, como es el caso de Catal Huyuk, civilización neolítica 8500 años atrás, cuyos estudios realizados sobre ella demuestran que el máximo valor lo ostentaban los poderes generadores, nutrientes y creativos de la naturaleza (el cáliz) y no los poderes destructores (la espada). Otro hecho sorprendente es que existen hallazgos entre los veddas contemporáneos que evidencian que son en realidad las mujeres y no los hombres quienes realizan las pinturas rupestres. Incluso la invención de la escritura, que durante largo tiempo se dató hacia el año 3200 a.C. en Sumer, parece tener un origen mucho más antiguo y probablemente femenino. En tablillas sumerias, la diosa Nidaba es descrita como la escriba del cielo sumerio y también como la inventora de las tablillas de arcilla y del arte de escribir. En la mitología india se atribuye a la diosa Saravasti la invención del alfabeto original. Más aún, la profesora Gimbutas afirma que los orígenes de la escritura se remontan al Neolítico y que su primer y más poderoso uso estuvo asociado a la adoración de la Diosa. Con respecto a la civilización cretense, unos 6000 años a.C. ocurre otro tanto.
El vuelco desde un modelo solidario de organización social a uno dominador fue un proceso gradual y, al cabo de un tiempo, predecible. La supremacía de la espada sobre el cáliz, de la violencia sobre la convivencia pacífica, del dios destructor, sobre la diosa fecunda, radica, entre otros factores, en el hecho de conceder los invasores de estas pacíficas civilizaciones, mayor valor al poder que quita la vida que al poder que la da.
Tanto la política como la religión y las supuestas autoridades científicas han obviado todas las evidencias, mostrándonos históricamente unas relaciones sociales basadas en el predominio de factores biológicos, cuando no morales para justificar la adoración de la espada, la supremacía presuntamente natural e histórica de una parte de la humanidad sobre la otra. Hoy sabemos que hay pruebas suficientes que demuestran que desde el principio la sociedad se constituyó en el respeto a la diversidad. A partir de ahora el paraíso terrenal habrá que buscarlo en nuestra memoria genética.

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